El Programa de los 177 Pueblos Mágicos de Mexico, desarrollado por la Secretaría de Turismo en colaboración con diversas instancias gubernamentales y gobiernos estatales y municipales, contribuye a revalorar a un conjunto de poblaciones del país que siempre han estado en el imaginario colectivo de la nación en su conjunto y que representan alternativas frescas y diferentes para los visitantes nacionales y extranjeros. Más que un rescate, es un reconocimiento a quienes habitan esos hermosos lugares de la geografía mexicana y han sabido guardar para todos, la riqueza cultural e histórica que encierran.

La Semana Santa de los tarahumara

Nota sobre La Semana Santa de los tarahumara

Si buscas una manera diferente de apreciar la conmemoración de la Semana Santa ven a Norogachi, en Chihuahua.

Aquí las tribus tarahumara o “rarámuri” (los de los pies ligeros) como ellos se autonombran, a pesar de conservar intactas sus tradiciones por más de 400 años, durante la Semana Mayor realizan ritos que son resultado de un curioso sincretismo religioso único en el mundo.

A diferencia de otras celebraciones alrededor de la república mexicana, para el pueblo tarahumara la Semana Santa no representa la muerte y resurrección de Jesucristo, sino la eterna lucha entre el bien y el mal, lo llaman “nolirúache” (dando de vueltas) y marca una especie de año nuevo según su calendario agrícola, cuando al ritmo de danzas y tambores piden la llegada de la lluvia.

Estas celebraciones se originaron tras la llegada de los primeros misioneros españoles a la sierra, quienes en un intento de evangelización mostraron a los rarámuri algunos pasajes evangélicos acerca de la Semana Mayor que fueron bien recibidas por los nativos.

La celebración inicia desde el Miércoles Santo, cuando comienzan a escucharse tambores y se encienden fogatas desde lo alto de los cerros.

El Jueves Santo en distintos puntos del pueblo se colocan arcos hechos de ramas de pino que marcan el Vía Crucis. A ritmo de tambor y flauta un grupo de 30 “pintos” (fariseos) entran al atrio de la iglesia guiados por un abanderado. Este grupo toma su nombre de las manchas blancas que llevan por todo el cuerpo y cara y que se complementa con una cinta de color alrededor de la cabeza llamada “koyera”. Su indumentaria se compone de un calzón blanco, huaraches y una lanza de madera; algunos portan una especie de penacho hecho de plumas de guajolote. Éstos bailan durante tres días continuos por todo el pueblo, representan al mal y tienen por líder a Judas.

Por su parte, otra procesión sale de la iglesia.

Los hombres cargan una imagen de Jesucristo y las mujeres una virgen vestida a la usanza indígena.

Ante la proliferación de grupos de “pintos” aparece a las afueras del atrio un grupo de soldados vestidos de túnica blanca que llevan consigo espadas de madera.

Ellos representan el lado “bueno” y tratan de contrarrestar a los “pintos” quienes siguen bailando y alterando el orden. Ambos grupos siguen su danza hasta caer la noche, compiten entre sí ensordeciendo a los presentes y levantando grandes nubes de polvo. El frío de la noche no impide que siga la fiesta que se alumbra con fogatas alrededor de las cuales se continúa toda la madrugada.

Al amanecer del Viernes Santo los grupos siguen bailando mientras los turistas y locales llenan la explanada.

La misa dentro del templo recibe pocos feligreses debido a que la atención está puesta en las procesiones que se organizan en el pueblo. Al llegar la tarde la última procesión lleva la imagen del Santo Entierro (un cristo envuelto en una sábana atada a un tronco de árbol en la tradición rarámuri) que sale de la iglesia y es llevada al panteón acompañada por la multitud y los grupos de pintos que siguen su danza al ritmo de los tambores.

Algunos “pintos” elaboran muñecos de paja vestidos con pantalones de mezclilla, sombrero y botas a los que llamas Judas que son paseados entre bromas por las calles del pueblo para después ser quemados el Sábado Santo.

Mientras tanto en el atrio de la iglesia el cansancio hace mella entre los danzantes, algunos se retiran mientras otros se ayudan del “tesgüino” (cerveza de maíz), el “Orenday” y el tabaco para seguir hasta el sábado, cuando llegan los “pascoleros” un grupo que realiza un baile a ritmo de violín y aullidos de coyote.

Llegadas las 3 de la tarde del sábado los grupos vuelven a sus comunidades de origen en medio de un baile que no terminará sino hasta 4 o 5 días después bajo los efectos del tesgüino.