Las plazas públicas de Michoacán tienen una peculiar tradición, en ellas se reúnen danzantes vestidos de manta y un tÃpico zarape multicolor; pero su curiosidad de su baile radica en ser una imitación de viejitos, por lo que usan alegres máscaras repletas de arrugas y una larga cabellera blanca, portan un bastón y unos huaraches especiales que resuenan con fuerza a cada pisotón.
Los "viejitos", acompañados por instrumentos de cuerdas, se colocan en sus posiciones lentamente, encorvados y con cansancio, pero cuando la música arranca, adquieren una fuerza impresionante, su rápido zapateado acompaña en ritmo a los violines. Por lo general un niño también disfrazado de anciano se suma con gracia a la danza, haciendo asà un espectáculo chusco que arranca la sonrisa de los espectadores.
Esta tradición purépecha, según se dice, ha perdido su significado prehipánico para ser atribuida a la religión católica. Hoy en dÃa se acostumbre decir que tras el nacimiento de Jesús, personas de todo el mundo fueron a adorarlo con regalos, sin embargo los viejos del lugar, no teniendo algo especÃfico que darle, idearon ofrecerle la riqueza de su larga vida a través de una danza. El espectáculo, entretuvo al niño y le hizo reÃr.
Descrito lo anterior, la fecha infalible para esta danza llega después de la Navidad, concretamente el dÃa 26 de diciembre, aunque también se estila el dÃa de Año Nuevo, el dÃa de la EpifanÃa, el de la Candelaria y el dÃa de muertos.
Son varios los aspectos que resaltan de esta danza que, además de la picardÃa, nos muestra la ejemplar sabidurÃa para afrontar con valor y entereza la idea de envejecer, saber cómo un anciano puede sonreÃr y aceptar el paso de los años jovialmente. No importa la edad, lo verdaderamente trascendente es el ánimo con que afrontamos la vida. Es una filosofÃa hecha danza.