Pueblos

Especiales

Recorrido por Veracruz

México mantiene el potencial de despertar la curiosidad mundial, entre sus destinos turísticos consta de uno de los desiertos de dunas más grandes de Latinoamérica, lugar que despertó nuestra curiosidad.

Subirnos a un automóvil y hacer todo el recorrido hasta llegar a las intrigantes Dunas del Sabanal fue el inicio de la pequeña odisea para explorarlo.

Empacados con almohadas, cobijas, maletas y latas de atún, partimos con pleno frío de las cinco de la mañana hacia nuestro destino.

Nuestra primera parada fue para apreciar la gastronomía endémica. Mujeres de aspecto cálido preparaban tacos, quesadillas y demás. Esmeradas en terminar el café de olla con sus rojizos cachetes acerados de frío complementaron las primeras horas de este desprogramado road trip.

Como artistas visuales tal vez sufrimos del síndrome que Da Vinci llamó “curiosità”: un enfoque insaciable por la búsqueda implacable en la vida y el aprendizaje continuo.

Suponemos que fue esa curiosidad la que nos llevó a detenernos cada diez kilómetros con el afán de capturar en fotografías todo aquello que nos robaba la atención.

La curiosidad por realizar una buena imagen nos llevó a detenernos frente a un cerro cortado, eran las primeras paradas del viaje y el entusiasmo estaba maltratándonos.

Deslavado, como si un gran equipo de construcción hubiera entrado a robar minerales de dicho yacimiento, justo a un lado de la carretera entre Puebla y Veracruz a unos 45 km de la ciudad de Xalapa donde reina el frío imponente, un lugar hasta cierto punto común e invisible para los viajeros. En este lugar comenzamos un recorrido de poco más de dos horas que nos obligaba subir inexistentes senderos, todo con la idea de capturar imágenes del paisaje desde distintas perspectivas.

En otra de las paradas nos encontramos con el espacio natural mas enigmático del recorrido, la laguna de agua salada de Alchichica, ubicada en las faldas de los límites cercanos a Puebla.

Es un lugar digno de admirarse, donde la contemplación surge como una reacción inmediata. Esta extensa laguna, con cuatro diferentes tipos de azul y tenues amarillos, está rodeada por cráteres de sal, los que en conjunto conforman la perfección intencionada para una memorable foto. Personajes como Jacques Cousteau pasaron por sus aguas y exploraron sus obscuras cuevas, según nos contaron los lugareños. Este lugar marcó el principio del fisgoneo de nuestro próximo destino.

Después de ocho horas y varias paradas repentinas, llegamos al fin a Rinconada, Veracruz, a probar sus famosas garnachas en aquel pequeño lugar tapizado de azulejos amarillos, naranjas y rojos.

La comida fue un manjar.

Con barriga llena llegamos a la playa de Chachalacas que nos recibió con los brazos abiertos y un calor que abrasaba nuestros cansados cuerpos.

Nos hospedamos en una casa blanca linda, justo frente al mar y a un costado de las cotizadas dunas. Un lugar desolado con kilómetros y kilómetros de arena amontonada y desértica que contrasta perfecto con las aguas del Golfo, sin clichés turísticos ni ruidos urbanos; un espacio de juegos infinitos con motocicletas, globos, pistolas de agua, picnics y un sinfín de horas calcinadas por nuestra ociosidad. Chachalacas fue bello, entretenido y sereno. La dejamos pasar y continuamos nuestro recorrido rumbo a los alrededores de Xalapa.

Ese mismo día cambiamos nuestros trajes de baño y acalorados instantes por suéteres más calientitos y un té en mano que prometía un momento perfecto, cuando llegamos a Rancho Viejo.

Un pequeño, pero encantador, terreno ubicado a mitad del bosque húmedo veracruzano; entre neblina, aire fresco, frío, olor a madera y el sonido del río los días parecían perfectos en tan pintoresco lugar. Exploramos este desconocido y refrescante aposento con el punzante sentimiento de no querer regresar nunca a la ciudad.

Justo el día que pensábamos regresar el clima se tornó más gris de lo normal, un diluvio intenso nos obligaba a esperar un día más, tiempo a nuestro favor que ocupamos para visitar Coatepec, otro pueblo veracruzano muy pintoresco, a unos treinta minutos de Xalapa.

Un recorrido pequeño a pie y con cámara de celular en mano por sus principales calles nos dejó conocer todo hasta identificar un plan para comer llamado Tío Yeyo, famoso por sus truchas preparadas de diferentes formas, un deleite en todas sus presentaciones.

Las seis de la mañana y los primeros rayos de sol lograban escapar de un montón de nubes que condesaban la mayor parte del cielo.

El aire corría frío por todos los cuerpos, los cristales abajo y kilómetros de carretera mantenían calentitos los neumáticos.

Antes de tomar el gris asfalto de nuevo y empezar a rodar reflexionamos sobre los sabores intensos que ofrecían los lugareños de cada parada.

El regreso fue cansado, callado y, sin duda, más forzado que decidido.
Anterior El Torito veracruzano, bebida típica
Siguiente Zacatecas: la tierra ya dio sus frutos