El Programa de los 177 Pueblos Mágicos de Mexico, desarrollado por la Secretaría de Turismo en colaboración con diversas instancias gubernamentales y gobiernos estatales y municipales, contribuye a revalorar a un conjunto de poblaciones del país que siempre han estado en el imaginario colectivo de la nación en su conjunto y que representan alternativas frescas y diferentes para los visitantes nacionales y extranjeros. Más que un rescate, es un reconocimiento a quienes habitan esos hermosos lugares de la geografía mexicana y han sabido guardar para todos, la riqueza cultural e histórica que encierran.

Oaxaca, donde la fiesta nunca termina

Nota sobre Oaxaca, donde la fiesta nunca termina

Si de México se ha escrito que son “muchos Méxicos”, con Oaxaca se podría llegar a extremos inimaginables.

Debido a su complejísima orografía, hay pueblos separados por un par de montañas, que hablan lenguas diferentes y sus vestimentas y costumbres son totalmente distintas –el estado tiene el récord nacional al estar dividido en 570 municipios-.

¿Qué podrías encontrar? Lejos de un divisionismo, los pueblos de las ocho regiones del estado se unen cada julio en el mayor festival del estado –La Guelaguetza- que presenta los bailes de sus propias comunidades y los expone frente a un público masivo que festeja la multiculturalidad.

Mixtecos, istmeños, serranos o costeños, irrumpen en una fiesta donde el color, las sonrisas, la alegría y el orgullo local desbordan el Auditorio Guelaguetza, en el Cerro del Fortín.

Al llegar a ese lugar, la música de banda de viento te recibe y te dejas envolver por clarinetes y trombones.

Al saltar los bailarines a escena, es imposible evitar contagiarse de la energía del Jarabe Mixteco, o admirar el vuelo de las faldas de Putla, la elegancia del traje de las tehuanas (las mujeres de Tehuantepec) o el barroco multicolor en la coreografía de la danza “Flor de piña”. Sin duda acabarás con la emoción erizándote la piel. Calendas

Las procesiones de los ritos cristianos, hoy pasan a la tradición popular como algo festivo y pagano, que aquí llamamos Calenda.

El trueno de juegos pirotécnicos convoca a la población –no hay motivo de alarma- la música de la banda de metales inunda la calle y se acerca a ti, sales a la calle y observas. Mujeres en trajes tradicionales cargando canastas con flores sonríen orgullosas, atrás de ellas, los Monos de Calenda, enormes marionetas de papel maché bailan en una suerte de carnaval que recorre las calles de la capital uniendo a la gente a su paso, imposible resistirte. ¡Ven a bailar con nosotros a la Calenda! Día de muertos

El olor a mole, chocolate, copal -el incienso mexicano- y flores de cempasúchitl, sobre un camino de pétalos y velas le marcan a los espíritus el camino de regreso a casa, para venir a departir con sus seres queridos la comida que gustaron en su vida terrenal.

Es día de muertos en Oaxaca.

Los altares adornan prácticamente todos los sitios imaginables: edificios públicos, escuelas, oficinas y de manera especial, las casas.

En algunos espacios, tapetes de arena de colores reconstruyen escenas del imaginario mexicano. El hecho de que serán borrados por el viento nos recuerda lo efímero de nuestra vida.

Si bien ya era una tradición arraigada en las culturas nativas, con la llegada de los españoles las prácticas y creencias se adaptaron en un sincretismo único en el mundo para fusionar el catolicismo con el viaje desde el Mictlán, el inframundo, en el que han creído nuestros ancestros desde hace siglos.

Así, para recibirlos con una colorida fiesta que se prepara días antes, y encuentra culminación entre el 31 de octubre y el 2 de noviembre, las familias preparan la comida favorita de los difuntos, la cual reposará en los altares adornados con calaveras de dulce y papel picado en infinidad de colores.

Luego se lleva a cabo un pequeño banquete, generalmente en el propio cementerio. No puede faltar el tradicional pan de muerto, que es una variedad dulce, perfecta para acompañar con chocolate oaxaqueño.

Algunas familias incluso durante las semanas previas ceban un pavo y lo preparan en el tradicional mole.

Como visitante, la experiencia de caminar por el cementerio te enriquecerá.

Comprarte el sentimiento de los locales y compra velas y flores para depositar como ofrenda personal ante alguna tumba que nadie haya visitado ese año. Noche de rábanos

¿Te imaginas arquitectura en miniatura, criaturas míticas o escenas históricas reproducidas… en rábanos? Es otra de las muchas sorpresas que esta tierra tiene para ti.

La tradición se originó en 1800, cuando los vendedores buscaban, a través de complicadas figuras, atraer a la clientela. La costumbre desembocó en una competencia que ahora es un festival -la Noche de Rábanos- que se celebra cada 23 de diciembre.

Los artesanos exponen sus obras en mesas dispuestas en el Zócalo.

Si bien los rábanos son la principal materia prima, otros artistas optan por flores secas o totomoxtles -cáscara de maíz para crear impresionantes obras. No será difícil encontrar a varios de ellos en pleno proceso creativo. La destreza de sus manos dejará boquiabierto a más de uno en la plaza. Ya con la exposición montada, puedes esperar largas filas para admirar las obras.